DÍA DE MUERTOS, DE LA CELEBRACIÓN A LA MANIFESTACIÓN

02/11/2014 - 12:00 am

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Los mexicanos solemos burlarnos de la muerte. Le hacemos canciones, le escribimos cuentos, le declamamos. Rescato de la cultura popular una canción que suelo pedir a Mariachi que me ofrezca su música. Se titula “Yo Quiero Ser Tú Marido” y en la radio comercial la entona Vicente Fernández. Por supuesto, quiere ser el marido de la muerte a la cual se encuentra “de blanco y muy delgadita adentro de una cantina”.
En la literatura, uno de los libros más fascinantes que he leído donde la muerte es la protagonista, es una novela de José Saramago, a quien lo muerte se lo llevó a diferencia de los personajes de su obra Las Intermitencias de la Muerte; como en muchos de sus escritos, el portugués disecciona la conducta humana a partir de la carencia de algo, de un sentido, de una condición, en este caso, qué sucede con las personas, con sus sentimientos, sus conductas y el desarrollo de su vida cuando nadie muere. Cuando no hay muertos que enterrar, cuando hay enfermos que cuidar de manera interminable. La muerte se toma un descanso para terminar seducida por la vida.
La muerte tiene muchas caras y despierta muchas pasiones. Puede ser símbolo de paz y tranquilidad cuando aquel que ha sufrido las dolencias crónicas concluye una lucha fútil contra la inevitable muerte, entonces los sentimientos se manifiestan en palabras de aliento y descanso para los vivos y paz a sus conciencias con reflexiones como “hizo su vida como quiso y ya descansa en paz”, “terminó su sufrimiento”, “tuve el honor de conocerle”. La muerte da con su presencia en la ausencia de ese ser, tranquilidad al cerrar el capítulo de la vida de un ser humano normalmente ya anciano, normalmente muy enfermo. Entonces evocamos remansos de paz y desahogo lagrimal con Mi querido Viejo o con A Mi Manera.
Pero también puede despertar el odio hacia la humanidad cuando la muerte llega de manera repentina; solemos reclamar a cualquier divinidad el trágico desenlace de un accidente. “Era demasiado joven para morir”, justificamos la ira, la incomprensión, la soledad de perder a alguien que no había llegado a la plenitud, que no dejó descendencia, que no nos acompañó lo suficiente.
En el Día de los Santos Difuntos en el ámbito religioso, el Día de Muertos en la idiosincrasia mexicana, celebramos a los que se fueron con altares en nuestros lugares, en nuestras casas, en nuestras oficinas, en nuestras escuelas, nuestras calles y espacios públicos. Desde la Catrina emperifollada que nos dejó grabada el maestro José Guadalupe Posada, con su sombrero de ala ancha y sus plumas de caché, hasta las calaveritas de azúcar sin olvidar el cempasúchil.
Escribimos calaveras en rigurosos endecasílabos para burlarnos con la muerte y celebrar a los vivos que amamos, o a los vivimos que deseamos ridiculizar.

A Don Julio Scherer querido
La Calaca quedito le coqueteó
Te llevo con todo lo imprimido
En el panteón el escritor quedó

También utilizamos la prosa en verso para cantar nuestros males.
Sin embargo los tiempos actuales no están para celebración, en México padecemos el horror, de la no intervención. Las madres que piden justicia, los padres que claman manifestación, ante las fosas de sangre sucia, de los desaparecidos y los caídos a traición. La muerte nos ha cobrado, por ejecución, venganza o enfrentamiento, más de 60 mil muertos sin estar en revolución. Ahí está el Presidente Peña, que ignoró la inseguridad, por dar paso a sus reformas nos llevó a la inestabilidad.
La realidad es que este Día de Muertos del año 2014 será uno de los más dolorosos en la historia contemporánea. Los muertos desconocidos, los que solo se cuentan para la estadística, se apilan en la sierra del estado de Guerrero, ignorados por el sistema y olvidados por los suyos ante la incredulidad de saberlos muertos.
La búsqueda de 43 estudiantes ha despertado la conciencia nacional e internacional hacia lo que en nuestra folclórica tierra sucede. Los 43 estudiantes desaparecidos que nadie quiere saber muertos, concentran el espacio y el tiempo de un gobierno que deja sabor a falsedad, en una época en que la credibilidad de quienes encabezan el sistema político mexicano está seis metros bajo tierra.
Los muertos de Ayotzinapa, los muertos de Tlatlaya, los de Control, los de La Paz y los de Tijuana, los de Michoacán y Veracruz junto con los de Ciudad Juárez y todos los de Guerrero, son hoy el resultado a los ojos del mundo y los mexicanos, de un binomio insano que ha aterrorizado al país los últimos 15 años de manera particularmente sangrienta: Gobierno y narcotráfico.
Se encenderán cientos de cirios por los 43, por los olvidados en las fosas, por los que no aparecerán y por los que ajusticiarán. México vive su peor momento de impunidad. Los muertos no tienen justicia, los criminales no tienen castigo. De una celebración, nos mantendremos en la manifestación.

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